Como decía antes, recorrimos los bares y peñas que nos dio tiempo hasta que, a las tantas acabó el baile, que seguíamos sin saber dónde se celebraba, y nos dirigimos al coche de Pon, aquel 127 amarillo que guardaba en casa de Flora, para volvernos a casa. Seguro que éramos cinco, pero sólo me acuerdo de Pon y de Alfredo, protagonista de la anécdota. Cuando Alfredo gastaba una broma o hacía una picardía, hasta que lo delataban los hoyuelos de los carrillos, se ponía serio, muy serio.