Cualquiera le silbaba a aquellos jóvenes enfafados en lo suyo, para que le hicieran el favor de devolverle la gorra que había perdido en aquella acción de guerra. Tampoco era plan tirarles con alguna china al cristal, para que dejaran, un momento lo que tenían entre manos, así que no le quedó más remedio que esperar, desmonterado, a que viniera el relevo de la guardia, mientras los toreros de aquel ruedo, terminaban su faena.