Después de pregonarnos las cuentas de los cartones vendidos y del reparto de premios, empiezan a cantar los números y el silencio se apodera de toda la sala, hasta que los chirridos de la puerta del servicio sonaron como los clarines de la plaza de toros, dando paso, a puerta gayola, a aquellas dos señoras, que se dirigían, muy ufanas ellas, sin prisa, como auténticas veteranas en esos asuntos, hacia sus respectivos sitios. Seguramente, irían comentando, lo desagradable que había sido la meada de aquella noche, que ya no hay educación, que se han perdido las formas y que, menos mal que aquel hombre no se volvió hacia ellas para pedirles disculpas. Aunque, bien mirado, si tenía el pucio tan gordo como el pestorejo, mejor que se hubiera vuelto, ¿no?. “Algo llevaríamos en la uña”, se decían picaronamente.