Al advertir, por los comentarios de desaprobación de las señoras, el error que había cometido, Miguel se disculpó como pudo, aunque sin poder cortar el asunto que le entretenía. Con ello, no consiguió ni el perdón que solicitaba, ni acallar los murmullos de las mujeres, que seguían rezungando mientras corrían los pestillos a sus respectivas puertas.
Antes de la cuarta sacudida (de darse alguna más, hubiera sido paja, según la sabiduría popular), Miguel salió del W. C. y se sentó en su silla, remangándose para emprender la siguiente jugada, pero sin decir una palabra.
Antes de la cuarta sacudida (de darse alguna más, hubiera sido paja, según la sabiduría popular), Miguel salió del W. C. y se sentó en su silla, remangándose para emprender la siguiente jugada, pero sin decir una palabra.