En mitad del camino, le empezó a llegar un olor a chamusquina que corrompía, pero que no acertó a descubrir su origen, hasta que notó que la tetilla estaba ya medio hecha, a la brasa. A base de manotazos, se apagó la tetilla, pero no pudo evitar el agujero en el bolsillo de la camisa, lo que no hubiera supuesto mucho quebranto, de no ser porque dentro, había guardado un billete de quinientas pesetas con el que ya no pudo pagar ni un remiendo pa la camisa.