Seguramente debió ser, porque casi siempre era él, Amador el de Bustillo el que abrió la puerta de toril y el que picó una miaja al animal, que salió envenenado, dando un barrido, alrededor de la plaza, que temblaba el misterio. Miguel, que seguía igual de despistado que hacía diez minutos, no se enteró de que andaba la vaca suelta, hasta que le notó el cuerno en el mismísimo culo.