Rondaban los sesenta y pico años, si no los setenta, que soy muy mal fisonomista. La señora no presentaba ningún rasgo característico, así que, seguramente pintaría más en su casa que en este relato, pero el hombre era de una apariencia, francamente, diminuta: delgadito, fino y de y con un hocico puntiagudo muy propio de su oficio, la verdad.