MALVA: CRÓNICAS DE UN PUEBLO...

CRÓNICAS DE UN PUEBLO
Todos recordamos, aunque unos más que otros, lo que en Malva llamábamos la permanencia, que no eran más que unas clases que daban, a mayores, tanto el maestro como algunos particulares, a lo largo del curso académico.
Dejando a un lado, por temerosas, las que impartía Don Carlos, estaban las más populares que impartían, entre otros, Tanis y Valentín. No me gusta señalar, pero de la permanencia, podrían aportar muchas anécdotas, alguno de los licenciados de la época, caso de Jose, Fede y de algún otro.
Con Valentín, por ejemplo, aprendieron Jose y Belén que, en Francia, o cierras mucho la “e” o no eres nadie. “ ¡Eeeuuuu, hostias!” les insistía, una y otra vez poniendo un hocico meca que no podía con él. De la labor de Tanis surgieron grandes especialistas en saltar alpacas. ¡Lástima que, dicha especialidad gimnástica, no recibiera el reconocimiento olímpico que se merecía!.
Como algunos no tenían bastante con la permanencia que se impartía en el pueblo, se vieron obligados, durante algunos veranos, a completar su formación en academias de Zamora, donde, sin duda, ataban los perros con longaniza. Y si no los ataban, los hinchaban a torresnillos con la facera bien añeja, por estar metida entre el tocino, lo menos ocho meses, desde la matanza del invierno anterior.
En este caso se vieron, compartiendo pensión y “ciambrera”, Masero y Jose. Aparte de las clases, ocupaban el tiempo en dar patadas a los botes y en relamerse los hocicos mirando para los puestos de helados, por si se descuidaba, una miaja el vendedor.
De los dos, Masero era el más piadoso, si no el único, y el que, en alguna ocasión hacia entrar a Jose en alguna iglesia, donde uno rezaba y el otro miraba... más pa’l cepillo que pa’ los santos.
En una de estas visitas parroquiales, tras los rezos pertinentes, se encontraron a la salida, con un confesionario donde el párroco mostraba a los feligreses, entre la cortinilla, un escapulario. Masero, que litúrgicamente le daba cien vueltas a Jose, lo besó, se santiguó y salió a la calle con el bolso lleno de indulgencias plenarias. Jose, que además de no saberse el protocolo, tampoco lo quería aprender, se acercó al confesionario y, al ver asomando el escapulario, pensó que se lo ofrecían pa’ llevárselo pa’ casa y tiró por él to’ lo que pudo, hasta que el cura le quitó las intenciones y le explicó que era solo para besarlo.
El pobre cura libró, ese día, de milagro, no sólo su escapulario, sino también las gorjas, porque si en vez de tenerlo en la mano, lo tiene colgado del cuello, desde ese momento, se da de baja en el coro, del tirón que le pegó Jose.

MORALEJA:
Dios aprieta pero no ahoga. Pues que llame a Jose y verás como sí.