En el sobrao de mi casa había un novelón de tres tomos, enormes cada uno de ellos que se titulaba El hijo de la calle. Era como un serial radiofónico. Mi madre no nos dejaba leerla porque eran temas escabrosos, pero en las entresiestas la leíamos a escondidas. Casi necesitábamos un polipasto para pasar la hojas. Era de mi abuela Valentina.
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