Creo que ya os conté lo de Eloy y Marcial (creo que se llamaban así), dos hombres de
Gallegos del Pan que tenían la sana
costumbre de ir a
comer una miaja muerdo, a media mañana, a la
bodega de uno de ellos. Aunque no hubiera pa morder, la visita era diaria, porque no era fácil que se pasaran sin el trago de vino.
Los dos eran sordos, así que la conversación no era muy fluida, que digamos, pero concienzuda, desde luego que sí era.
Según se levantaba uno de ellos, a llenar la jarrica de vino al
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