Si hubiera llevado puesto un rodao, habría salido volando, seguro. Antaño, cuando de niñas nos vestían de carnaval, era eso lo que nos ponían: un rodao, un pañuelo en pico sobre los hombros cruzado por el pecho y atato a la espalda, un mandil negro con puntillas, un pañuelo en la cabeza, y los labios bien pintados de colorao. Y ¡hala! a pasar frío por la calle alante.