Una amiga, de aquí, de Zamora, me contó que durante algunos veranos ha traído a su casa a un niño saharaui, y que de vez en cuando lo sorprendía abriendo y cerrando el grifo de la cocina y pasando la mano bajo el agua como si estuviera asistiendo a un espectáculo de magia. Y es que realmente era algo mágico para él.