MALVA: Muy buenas. Os voy a poner algo que he visto por ahí,...

Muy buenas. Os voy a poner algo que he visto por ahí, por si no lo habéis leído

El fermosellano que fascinó a Dalí

La familia Regojo siempre tuvo unas excelentes relaciones con personalidades de la vida social y cultural. Entre ellas, Salvador Dalí. Recién cumplido un cuarto de siglo de la muerte del artista catalán los herederos de José Regojo, cuyo imperio textil solo era superado en sus tiempos por El Corte Inglés y Cortefiel, recuerdan al ampurdanés como el artista que, gracias a las «camisas Dalí», colocó a la marca en la cumbre de la confección.

«Era una prenda realizada a base de algodón con poliéster», recuerda Pedro Regojo, hijo de José, la cabeza visible del grupo empresarial. No hacía falta plancharla. De la mano de Dalí los Regojo dieron una vuelta de tuerca a su negocio. «La fábrica», que estaba ubicada en Redondela, «solo trabajaba tres días por semana. Yo le dije a mi padre que ampliáramos el negocio a Barcelona, conseguí convencerle y gracias a un amigo periodista contacté con Dalí». A partir de ahí la historia cambió. Las camisas se anunciaban por televisión y las ventas eran internacionales. «No sé cuantas camisas pudimos vender», asegura Pedro Regojo, pero en «los mejores tiempos alcanzamos la cifra de un millón al año. Unas ventas inmensas, quizás diez millones en total». Esa fue la primera, y a la postre la única vez que Dalí cedió su imagen a una fábrica de textil.

Dalí se llevó del acuerdo 125.000 pesetas «contantes y sonantes» más una peseta por cada camisa que se vendía, según se recoge en el libro «La familia Regojo. Los corales de Fermoselle», recopilado por Juan Ángel Regojo. El hijo del empresario zamorano narra ahora, 53 años después del encuentro con Dalí en Cadaqués, como el pacto estuvo a punto de truncarse cuando, ya prácticamente cerrado, «llegó la mujer de Dalí y le dijo que me pidiera más dinero». Entonces Dalí, recuerda el empresario, zanjó: «un trato es un trato. Yo ya le he prometido a este señor una serie de cuestiones. Y firmamos».

«Yo tenía una idea muy clara del marketing», asegura Regojo, «los famosos de la época tenían que promocionar las camisas Regojo». Entonces «fue cuando me dijeron que Dalí podía salir en un anuncio diciendo que a él le gustaban mucho las camisas que hacíamos nosotros. Fuimos a su casa, una tarde de agosto ya prácticamente de noche, ya se veía la Luna, y Dalí me recibió comentándome» que «la Luna me dice que alguien me tiene que traer dinero», una Luna que ese día «tenía un color especial». Entonces «le hablé de la fábrica que teníamos en Vigo y me enseñó su casa, una casa en la que uno podía perderse. Yo pasé una hora en el estudio de Salvador Dalí, algo que no mucha gente puede decir», mientras pintaba su conocido cuadro «La Batalla de Tetuán». Tras conversar «le conseguí convencer para que firmara en las camisas. Era monárquico, en sus firmas siempre había una corona», asegura Pedro Regojo. Fue el primer encuentro de «una larga amistad» que trajo muy buenos resultados, sobre todo económicos, para ambas partes, pues las «camisas Dalí» se vendían con la misma facilidad con la que la gente reconocía a uno de los artistas españoles más universales que hayan existido.

«Eran tiempos en los que la marca era muy importante, necesitábamos una buena marca para vender bien», rememora Juan Ángel Regojo, hermano de Pedro. «Necesitábamos una imagen con mucha fuerza para despegar», justo la que un artista como Dalí «nos prestó». En televisión «salía él mismo», recuerda Juan Ángel, «decía que la prenda le encantaba, y se vendieron como churros». Tampoco este empresario es capaz de saber cuantas se vendieron «miles, cientos de miles cada año, fue increíble». Esta fue sin duda la etapa más gloriosa de la expansión de los Regojo a Cataluña, donde vendíamos «miles de prendas al día en los mejores años». Gracias en parte al artista catalán los Regojo eran los «jefes» de la economía de Redondela, daban sustento a miles de familias. En la década de los 70 toda la comarca giraba en torno a la fábrica de unos zamoranos que, todavía, nadie olvida en la zona.