Desde los bancos de atrás, cerca de los dominios de Eleuterio (¡Pgggg, siete tordos!) se las ve a cada una en su sitio, sabiendo cada una cuál es su papel en cada momento de la misa. A pesar de que, a la mayor parte de ellas se les acoplaba el aparato del oído, no pierden ripio, no se les va una. Saben, en cada momento, qué decir y qué hacer, lo mismo en misa que al salir de ella. A ninguna se le escapa una sola de sus obligaciones, ni uno solo de los saludos, parabienes y deseos de salud y bienestar para todos. ¡Pa comérselas!. El Señor no puede negarles nada de lo que pidan y mucho menos salud.