Y hablando de naturaleza, ayer pude ver lo que ha hecho en Malva. Nada más estuve una hora, pero me dio tiempo a ver una veintena de entrañables viejecitas cumpliendo con uno de los preceptos de su adorable existencia: asistir a la misa diaria, ya sea por algún difunto o propia del santo de turno. Nunca falta alguna polémica sobre el asunto de tales dedicatorias.