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MALVA: Como ninguno sabíamos decir once en italiano, extendí...

Como ninguno sabíamos decir once en italiano, extendí las dos palmas de las manos abiertas y añadí el dedo índice, despacio, tratando de que al quisquero le diera tiempo a contar los once dedos que yo le mostraba.
El espabilao de él ni se inmutaba, no hacía más que encogerse de hombros, pero no nos daba billete ninguno. Volví a mostrarle otra vez once dedos, pero que si quieres, ni tullía, ni mullía, hasta que Pon me cogió las monedas y se las puso, sin más, encima de los periódicos.