Como comíamos en el colegio, no tardamos en apuntarnos algunos a servir las mesas. Si andas cerca del género, tarde o temprano vianes a sacarle algún provecho. En la cocina trabajaba una hermana de Bienvenido, que siempre tenía algún detalle con los de Malva. Entre la cocina y el comedor que teníamos que servir, había un ofice (o como se diga) donde parábamos a atiborrarnos de las cosas que más nos gustaban. Me acuerdo que a mí me encantaban los filetes rusos, que eran fáciles de llevar a la boca sin necesidad de cubiertos y encima no se notaba que te lo estabas comiendo. Porque, claro, andaba vigilando Don Carlos y si te veía comer antes de que te llegara el turno de sentarte, por menos de nada te arreaba un gaznatazo que te aviaba.