ROMANCE V
Al Ecce Homo
El juez más lisonjero
que con su príncipe ha sido
por interés de su gracia
y por no perder su oficio.
En un balcón de su casa,
azotado y escupido,
para que el pueblo le vea
puso al inocente Cristo.
Después de noche tan fiera
aparece el sol teñido
de sangre, y en vez de rayos
puntas de juncos marinos.
A las llagas de su cuerpo
pegado el rojo vestido,
que también se hiciera rojo
si fuera de blanco armiño.
Veis aquí, les dice el hombre
a quien desde el cielo dijo
con su voz el Padre Eterno:
este es mi hijo querido.
Aquí le traigo enmendado:
¡oh qué extraño desatino,
querer enmendar a un Dios
tan bueno y tan infinito!
Quita, quita, le responden
viejas, ancianos y niños;
muera, muera, muerte infame,
pues hijo de Dios se hizo.
¿Ay Jesús!, Hijo de Dios,
que ese nombre y apellido
no le tenéis vos hurtado,
pues sois igual a Dios mismo.
Virgen Santa, decid vos
lo que el ángel os ha dicho
de él, lo que los profetas
dijeron por tantos siglos.
Y que este preso azotado
es aquel que cuando niño
le adoraron los tres reyes
y vos llevasteis a Egipto.
Abonadle, virgen bella;
decid que de Dios es hijo,
que puesto que sois su madre
bien valéis para testigo.
Abonada sois, Señora,
todo el bien de Dios os vino;
bienaventurada os llaman
los que son, serán y han sido.
Decid vos que es el cordero,
Bautista, aunque sois su primo,
que quien por verdades muere
bien merece ser creído.
Decid, ángeles hermosos,
este es el mismo que vimos
nacer de amor abrasado,
aunque temblando de frío.
Decid, Pedro, Juan y Diego
que a su padre habéis oído
que es su hijo, en el Tabor
si el miedo os deja decirlo.
Llegad presto, que dan voces
en aquel falso concilio
para que la vida muera
que es Dios sin fin ni principio.
¡Ay Virgen! mirad que quitan
a un fiero ladrón los grillos,
y a Jesús ponen al cuello
la soga de mis delitos.
Paréceme que decís,
gloria de los ojos míos,
más quiere el mundo a un ladrón
que a mi Cordero divino.
Mientras le dan la sentencia,
alma, con tristes suspiros,
decid a su Eterno Padre
que se duela de su hijo.
Señor, aquí está el esclavo,
que soy de la muerte digno;
pero está cerrado el cielo,
no querrá su Padre oíros.
Volved a la Virgen sacra
y acompañad su martirio,
que también mata el dolor
donde no llega el cuchillo.
Al Ecce Homo
El juez más lisonjero
que con su príncipe ha sido
por interés de su gracia
y por no perder su oficio.
En un balcón de su casa,
azotado y escupido,
para que el pueblo le vea
puso al inocente Cristo.
Después de noche tan fiera
aparece el sol teñido
de sangre, y en vez de rayos
puntas de juncos marinos.
A las llagas de su cuerpo
pegado el rojo vestido,
que también se hiciera rojo
si fuera de blanco armiño.
Veis aquí, les dice el hombre
a quien desde el cielo dijo
con su voz el Padre Eterno:
este es mi hijo querido.
Aquí le traigo enmendado:
¡oh qué extraño desatino,
querer enmendar a un Dios
tan bueno y tan infinito!
Quita, quita, le responden
viejas, ancianos y niños;
muera, muera, muerte infame,
pues hijo de Dios se hizo.
¿Ay Jesús!, Hijo de Dios,
que ese nombre y apellido
no le tenéis vos hurtado,
pues sois igual a Dios mismo.
Virgen Santa, decid vos
lo que el ángel os ha dicho
de él, lo que los profetas
dijeron por tantos siglos.
Y que este preso azotado
es aquel que cuando niño
le adoraron los tres reyes
y vos llevasteis a Egipto.
Abonadle, virgen bella;
decid que de Dios es hijo,
que puesto que sois su madre
bien valéis para testigo.
Abonada sois, Señora,
todo el bien de Dios os vino;
bienaventurada os llaman
los que son, serán y han sido.
Decid vos que es el cordero,
Bautista, aunque sois su primo,
que quien por verdades muere
bien merece ser creído.
Decid, ángeles hermosos,
este es el mismo que vimos
nacer de amor abrasado,
aunque temblando de frío.
Decid, Pedro, Juan y Diego
que a su padre habéis oído
que es su hijo, en el Tabor
si el miedo os deja decirlo.
Llegad presto, que dan voces
en aquel falso concilio
para que la vida muera
que es Dios sin fin ni principio.
¡Ay Virgen! mirad que quitan
a un fiero ladrón los grillos,
y a Jesús ponen al cuello
la soga de mis delitos.
Paréceme que decís,
gloria de los ojos míos,
más quiere el mundo a un ladrón
que a mi Cordero divino.
Mientras le dan la sentencia,
alma, con tristes suspiros,
decid a su Eterno Padre
que se duela de su hijo.
Señor, aquí está el esclavo,
que soy de la muerte digno;
pero está cerrado el cielo,
no querrá su Padre oíros.
Volved a la Virgen sacra
y acompañad su martirio,
que también mata el dolor
donde no llega el cuchillo.
menos mal a heli que si no, ni nos sabiamos la pasion ni na, yo ya la estoy ojeando.