ROMANCE III
A los azotes que dieron a Cristo Nuestro Señor
Mira Juan por la ventana
de la casa de aquel Juez,
puesto en la columna Cristo,
su maestro, nuestro bien.
Las manos que el cielo hicieron
atadas con un cordel
en una aldaba de hierro,
que yerro del hombre fue.
Y porque a las espaldas
el mármol no alcanza bien,
tiene los brazos cruzados
para que sin cruz no esté.
Mira que vuelve el cordero
la piedra en jaspe después,
que con cinco mil azotes
le desollaron la piel.
Y que enternecido el mármol
cera se quiere volver,
pues es más blando que el hombre
estando Dios atado a él.
Razón el mármol tenía,
porque cuantos le ofendisteis,
mármoles sois en que azotan
a Cristo santo otra vez.
Viendo, pues, el sacerdote,
divino Melchisedech,
cubierto de cardenales
de la cabeza a los pies.
Con tierno llanto le dice
su secretario fiel:
¿qué es aquesto, Jesús mío?
¡ay de los ojos que os ven!.
De azucena os habéis vuelto
tan deshojado clavel,
que os valéis de ser Dios
para teneros en pie.
Pensé llamar vuestra Madre;
mas ¡ay Dios! ¿cómo podré
dar a sus tiernas entrañas
un cuchillo tan cruel?
Aunque de su fortaleza
no tengo yo que temer,
que si estáis en la columna,
columna es ella también.
Porque vuestro eterno Padre
con su divino poder,
de tales columnas hizo
la puerta de Ezequiel.
¡Qué bien hiciste, Señor,
que fuese muerto José!
que con ser padre adoptivo
no hubiera fuerzas en él.
De veros en un pesebre
oró de amor en Belén,
qué hiciera si tal os viera
vuestros años treinta y tres.
Gran maldad hizo el amigo
que cenó con vos ayer,
pues todo el valor del cielo
dio por tan poco interés.
Los que ayudaros juraron
lo cumplen tan al revés,
que hasta los gallos que cantan
dicen que los falta fe.
Si en vuestro pecho dormí
hacedme, Señor, merced
que vele con él ahora
y me regale con él.
Esto dijo a Cristo Juan;
alma, llorad y tened
lástima al ver que azotan
por los esclavos al Rey.
A los azotes que dieron a Cristo Nuestro Señor
Mira Juan por la ventana
de la casa de aquel Juez,
puesto en la columna Cristo,
su maestro, nuestro bien.
Las manos que el cielo hicieron
atadas con un cordel
en una aldaba de hierro,
que yerro del hombre fue.
Y porque a las espaldas
el mármol no alcanza bien,
tiene los brazos cruzados
para que sin cruz no esté.
Mira que vuelve el cordero
la piedra en jaspe después,
que con cinco mil azotes
le desollaron la piel.
Y que enternecido el mármol
cera se quiere volver,
pues es más blando que el hombre
estando Dios atado a él.
Razón el mármol tenía,
porque cuantos le ofendisteis,
mármoles sois en que azotan
a Cristo santo otra vez.
Viendo, pues, el sacerdote,
divino Melchisedech,
cubierto de cardenales
de la cabeza a los pies.
Con tierno llanto le dice
su secretario fiel:
¿qué es aquesto, Jesús mío?
¡ay de los ojos que os ven!.
De azucena os habéis vuelto
tan deshojado clavel,
que os valéis de ser Dios
para teneros en pie.
Pensé llamar vuestra Madre;
mas ¡ay Dios! ¿cómo podré
dar a sus tiernas entrañas
un cuchillo tan cruel?
Aunque de su fortaleza
no tengo yo que temer,
que si estáis en la columna,
columna es ella también.
Porque vuestro eterno Padre
con su divino poder,
de tales columnas hizo
la puerta de Ezequiel.
¡Qué bien hiciste, Señor,
que fuese muerto José!
que con ser padre adoptivo
no hubiera fuerzas en él.
De veros en un pesebre
oró de amor en Belén,
qué hiciera si tal os viera
vuestros años treinta y tres.
Gran maldad hizo el amigo
que cenó con vos ayer,
pues todo el valor del cielo
dio por tan poco interés.
Los que ayudaros juraron
lo cumplen tan al revés,
que hasta los gallos que cantan
dicen que los falta fe.
Si en vuestro pecho dormí
hacedme, Señor, merced
que vele con él ahora
y me regale con él.
Esto dijo a Cristo Juan;
alma, llorad y tened
lástima al ver que azotan
por los esclavos al Rey.