CRÓNICAS DE UN PUEBLO
A propósito de la reunión que se está organizando para la presentación del libro, me acabo de acordar de otra frase de antología que dijo Miguel, una vez más, en un pub de Potes.
Estábamos de vacaciones, por esa zona de Cantabria, varios matrimonios: que yo recuerde el de Cari, Charo, Rosa Mari, Azu y Choni (omito los nombres de ellos, para evitar la redundancia).
Cenamos, aquella noche, como unos reyes en Casa Cayo, donde fuimos atendidos por una camarerita cubana más maja que las pesetas. Recuerdo que Miguel pidió un cogote de merluza que debía tener una vista mu superior, tanto que de la primer tenedorada, marchó más de medio cogote p’adentro.
Después de tan opípara cena, se imponía tomar una copita a gusto y relajados, para descansar de los paseos que habíamos dado viendo los paisajes cántabros.
En la plaza, había una zona, como en unos bajos, con varios locales muy aparentes para nuestros intereses, así que entramos en uno de los primeros, más que nada porque estaba vacío. ¡Mejor, así estamos más tranquilos!, pensábamos.
Como es habitual, según íbamos entrando, las mujeres se sentaban en unas mesas que había, un poco apartadas de la barra (dirán que por no darnos guerrica, pero está claro que es porque así hablan ellas más a sus anchas), mientras nosotros nos arremolinábamos alrededor de Miguel y Pon que son los que más bobadas dicen, habitualmente.
El camarero (o dueño), viendo que allí podía haber corte, se arrimó a mi y me preguntó:
-“ ¿Queréis que os ponga alguna música en especial?”
Yo pensaba pedirle que pusiera “Baila morena, baila” de Julio Iglesias, porque una vez, en Salamanca, le oí a Miguel manifestar entusiasmado, “ ¡pero qué disco ha hecho este hombre!”. Lo que pasa es que, el propio Miguel se me adelantó y le contestó al camarero:
-“Pon la que te dé la gana. Y si no, como si apagas el gramófono, que es igual.”
Entre peticiones musicales, “ligo gin, poli pago”, “el mío, flojito”, “a mí, más anis que cognac” y demás zarandajas, se nos fueron, bien a gusto, diez minutos entretenidos en la barra, de manera que, al darnos la vuelta, con el vaso, por fin, en la mano, casi se había llenado el local de mala manera. Tal fue el lleno que Miguel, al verlo, exclamó resignado:
-“ ¡Buena la hemos armao!”.
Por el mismo precio, os recordaré lo que dijo Pon cuando, después de varios días de encecinarnos (con cecina de Villarramiel) y de raciones van, raciones vienen, nos disponíamos a ir a comer al Continental de Medina del Campo, para despedirnos, desde allí.
Pon no tenía muchas ganas de ir a comer a Medina, quería irse pa casa, sin pegar en barra. Los demás tratábamos de convencerlo, que otra comilona más no nos vendría mal, que no probaríamos más cecina, que ya habíamos comido mucha en Potes, que sí hombre, ¡qué te cuesta!... Pero Pon, que no cedía, casi nos convenció cuando dijo:
-“Mejor me marcho pa casa, que como sigamos comiendo, vamos a llegar con los ojos entoñaos como los marranos” dijo apiñando los ojos y sacando el hocico como si fuera un pincho de jeta.
Buen provecho.
--- o0o ---
A propósito de la reunión que se está organizando para la presentación del libro, me acabo de acordar de otra frase de antología que dijo Miguel, una vez más, en un pub de Potes.
Estábamos de vacaciones, por esa zona de Cantabria, varios matrimonios: que yo recuerde el de Cari, Charo, Rosa Mari, Azu y Choni (omito los nombres de ellos, para evitar la redundancia).
Cenamos, aquella noche, como unos reyes en Casa Cayo, donde fuimos atendidos por una camarerita cubana más maja que las pesetas. Recuerdo que Miguel pidió un cogote de merluza que debía tener una vista mu superior, tanto que de la primer tenedorada, marchó más de medio cogote p’adentro.
Después de tan opípara cena, se imponía tomar una copita a gusto y relajados, para descansar de los paseos que habíamos dado viendo los paisajes cántabros.
En la plaza, había una zona, como en unos bajos, con varios locales muy aparentes para nuestros intereses, así que entramos en uno de los primeros, más que nada porque estaba vacío. ¡Mejor, así estamos más tranquilos!, pensábamos.
Como es habitual, según íbamos entrando, las mujeres se sentaban en unas mesas que había, un poco apartadas de la barra (dirán que por no darnos guerrica, pero está claro que es porque así hablan ellas más a sus anchas), mientras nosotros nos arremolinábamos alrededor de Miguel y Pon que son los que más bobadas dicen, habitualmente.
El camarero (o dueño), viendo que allí podía haber corte, se arrimó a mi y me preguntó:
-“ ¿Queréis que os ponga alguna música en especial?”
Yo pensaba pedirle que pusiera “Baila morena, baila” de Julio Iglesias, porque una vez, en Salamanca, le oí a Miguel manifestar entusiasmado, “ ¡pero qué disco ha hecho este hombre!”. Lo que pasa es que, el propio Miguel se me adelantó y le contestó al camarero:
-“Pon la que te dé la gana. Y si no, como si apagas el gramófono, que es igual.”
Entre peticiones musicales, “ligo gin, poli pago”, “el mío, flojito”, “a mí, más anis que cognac” y demás zarandajas, se nos fueron, bien a gusto, diez minutos entretenidos en la barra, de manera que, al darnos la vuelta, con el vaso, por fin, en la mano, casi se había llenado el local de mala manera. Tal fue el lleno que Miguel, al verlo, exclamó resignado:
-“ ¡Buena la hemos armao!”.
Por el mismo precio, os recordaré lo que dijo Pon cuando, después de varios días de encecinarnos (con cecina de Villarramiel) y de raciones van, raciones vienen, nos disponíamos a ir a comer al Continental de Medina del Campo, para despedirnos, desde allí.
Pon no tenía muchas ganas de ir a comer a Medina, quería irse pa casa, sin pegar en barra. Los demás tratábamos de convencerlo, que otra comilona más no nos vendría mal, que no probaríamos más cecina, que ya habíamos comido mucha en Potes, que sí hombre, ¡qué te cuesta!... Pero Pon, que no cedía, casi nos convenció cuando dijo:
-“Mejor me marcho pa casa, que como sigamos comiendo, vamos a llegar con los ojos entoñaos como los marranos” dijo apiñando los ojos y sacando el hocico como si fuera un pincho de jeta.
Buen provecho.
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