Con ese nombre, no esperábamos que viniera en una carroza tirada por cuatro briosos corceles, pero tampoco que lo hiciera en un “cochino” (así llaman en Cáceres a los coches chiquininos), de esos que no necesitan carnet, y que le quedaba más ajustao que un traje a medida. No se podía montar en él hasta que tuviera la faria a medio fumar, porque si no se la pillaba al cerrar la puerta. Tampoco podía llevarla flácida en la boca, porque le pegaba en el volante, ni llevarla fuera del coche, porque se la fumaba el aire. Las caladas que diera en el coche tampoco podían ser muy intensas por si le saltaban los cristales de la fogacha. Cuando, por fin, conseguía apearse, se palpaba, no se le hubiera caído la cartera, y le salía un humo de la ropa como si no “tirara” bien. Un auténtico personaje, de familia linajuda, tan chulo como sus apellidos indican, que sólo podía salir de la lámpara de algún (Eu) genio.