Después de “dropar” una señora majada, lo menos de hierro 3, disimuladamente volvió a su rutina, sin poder quitarle ojo ni a los que venían detrás “aprochando”, ni al desembutido del ciego cular que había soltado junto a la lindera. Cuanto más se acercaban los siguientes golfistas, más humeaba el mojón y más prisa le entraba a Miguel por marchar, ahumando, de allí y hacer bajo par, a poder ser.