CRÓNICAS DE UN PUEBLO
De aquellas andanzas, de pueblo en pueblo, es también un episodio que ocurrió en Cerecinos del Carrizal. Los protagonistas eran Pon y Fede el Rácano por un lado y Miguel, su entonces novia Loreto y Alfredo, por otro.
Habían estado en Zamora toda la tarde y se dirigían a Villarrrín donde, por lo visto, ataban los perros con longaniza. Por aquel entonces, el carnet de conducir de Miguel tenía la tinta a medio secar y la argamasa de pegar la foto todavía sin fraguar de lo nuevecito que era. Si no era la segunda vez que cogía el 4L de su padre le andaba cerca así que se veía más atao que morcilla por dos puntas.
Como Pon ya llevaba tiempo con el carnet y andaba mucho más suelto, casi sin querer, se adelantó bastante en el trayecto. Así que, al llegar a Cerecinos, a la altura del cementerio, se paró a esperarle en una bifurcación de la carretera de manera que pudieran pasar los coches que fueran bien para Arquillinos, por la izquierda, o bien para Cerecinos, por la derecha.
Con Pon había viajado Fede el Rácano que, para hacer tiempo, andaba entretenido apretando un tornillo flojo de sus gafas. En el coche de Miguel iban Alfredo y, como dije antes, Loreto.
A Pon se le hacía larga la espera, así que bajó del coche y se apoyó en la parte trasera a echar un cigarro mientras miraba a ver si se acercaba alguna luz de coche. De repente, aparecen unos faros a lo lejos y Pon pensó “debe ser ese” al tiempo que se acercó a la ventanilla a advertírselo a Fede.
En el 4L, tanto Loreto como Alfredo, advirtieron la presencia del coche de Pon, un poco más adelante y fueron avisando a Miguel para que no se puesiera nervioso: “Aquel es Pon, estará esperándonos”, decía Loreto. “Sí, sí, tiene que ser Pon. ¿No lo ves, chacho?”, preguntaba Alfredo. Y Miguel seguía centrao en lo suyo: agarrao al volante como si tal cosa. Tan centrao iba que cuando llegó la bifurcación, ni tiró pa la izquierda, ni pa la derecha: por el medio. ¡Pum!, contra el mismísimo coche de Pon, que se libró de milagro, porque si es un momento antes, cuando estaba apoyado en la parte trasera del coche, le siega las piernas.
Del castañazo, el tornillo de las gafas de Fede quedó ajustado como dedo en culo. Los coches, sobre todo el de Miguel, quedaron bastante dañados aunque, afortunadamente, nadie sufrió rasguño alguno ni en el cuerpo ni en la pachorra. Porque hay que tener pachorra para ni siquiera bajarse del coche a ver los daños.
Loreto preguntaba, incrédula, “ ¿pero no lo viste? ¿en qué estabas pensando?” al tiempo que Alfredo salía del coche haciendo aspavientos y gritando “ ¡esmanao, que eres un esmanao!”. Pues Miguel ni se movió del asiento. Sólo cuando Pon se acercó hasta la ventanilla, se rascó la cabeza y preguntó: “ ¿Ha sido mucho?”.
¡Pa habernos matao!
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De aquellas andanzas, de pueblo en pueblo, es también un episodio que ocurrió en Cerecinos del Carrizal. Los protagonistas eran Pon y Fede el Rácano por un lado y Miguel, su entonces novia Loreto y Alfredo, por otro.
Habían estado en Zamora toda la tarde y se dirigían a Villarrrín donde, por lo visto, ataban los perros con longaniza. Por aquel entonces, el carnet de conducir de Miguel tenía la tinta a medio secar y la argamasa de pegar la foto todavía sin fraguar de lo nuevecito que era. Si no era la segunda vez que cogía el 4L de su padre le andaba cerca así que se veía más atao que morcilla por dos puntas.
Como Pon ya llevaba tiempo con el carnet y andaba mucho más suelto, casi sin querer, se adelantó bastante en el trayecto. Así que, al llegar a Cerecinos, a la altura del cementerio, se paró a esperarle en una bifurcación de la carretera de manera que pudieran pasar los coches que fueran bien para Arquillinos, por la izquierda, o bien para Cerecinos, por la derecha.
Con Pon había viajado Fede el Rácano que, para hacer tiempo, andaba entretenido apretando un tornillo flojo de sus gafas. En el coche de Miguel iban Alfredo y, como dije antes, Loreto.
A Pon se le hacía larga la espera, así que bajó del coche y se apoyó en la parte trasera a echar un cigarro mientras miraba a ver si se acercaba alguna luz de coche. De repente, aparecen unos faros a lo lejos y Pon pensó “debe ser ese” al tiempo que se acercó a la ventanilla a advertírselo a Fede.
En el 4L, tanto Loreto como Alfredo, advirtieron la presencia del coche de Pon, un poco más adelante y fueron avisando a Miguel para que no se puesiera nervioso: “Aquel es Pon, estará esperándonos”, decía Loreto. “Sí, sí, tiene que ser Pon. ¿No lo ves, chacho?”, preguntaba Alfredo. Y Miguel seguía centrao en lo suyo: agarrao al volante como si tal cosa. Tan centrao iba que cuando llegó la bifurcación, ni tiró pa la izquierda, ni pa la derecha: por el medio. ¡Pum!, contra el mismísimo coche de Pon, que se libró de milagro, porque si es un momento antes, cuando estaba apoyado en la parte trasera del coche, le siega las piernas.
Del castañazo, el tornillo de las gafas de Fede quedó ajustado como dedo en culo. Los coches, sobre todo el de Miguel, quedaron bastante dañados aunque, afortunadamente, nadie sufrió rasguño alguno ni en el cuerpo ni en la pachorra. Porque hay que tener pachorra para ni siquiera bajarse del coche a ver los daños.
Loreto preguntaba, incrédula, “ ¿pero no lo viste? ¿en qué estabas pensando?” al tiempo que Alfredo salía del coche haciendo aspavientos y gritando “ ¡esmanao, que eres un esmanao!”. Pues Miguel ni se movió del asiento. Sólo cuando Pon se acercó hasta la ventanilla, se rascó la cabeza y preguntó: “ ¿Ha sido mucho?”.
¡Pa habernos matao!
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