El primero echaba la pelota al suelo en dirección a alguno de los hoyos al tiempo que nos poníamos todos en posición de arrancar a correr para llegar cuanto más lejos mejor, salvo el propietario del hoy donde se alojaba la pelota, que debía hacerse con ella inmediatamente y ordenar ¡pies quietos!. En ese momento todos debían detener su carrera y permanecer sin mover los pies.