Tachuela 71
Viendo que no podían salir, comenzaron a subir mecánicamente casi sin saber por qué, por las escaleras hacia la torre en espadaña, en definitiva era el único medio de comunicación que podrían tener con el exterior.
Mientras subían, pensaron en tocar las campanas, no había otra solución; una vez arriba la chica de Malva, que vivía en Zamora cerca de un centro comercial, se fijó en las sogas que colgaban de las campanas hacia abajo, estas sogas se dejaban enganchadas a las campanas para poder tocarlas desde abajo, si se subía arriba para tocar, se desenganchaban de las campanas y se enganchaban a unos clavos que había, para tal efecto, les dijo, no hay que tocarlas, tengo una idea.
-Ayudarme a subir las sogas.
Tirando de ellas, una vez arriba, ataron una con otra para conseguir más longitud, ataron un cabo alrededor de la columna central que soportaba los dos arcos de medio punto, donde se suspenden las campanas del campanario, dándole dos vueltas a la columna y atando al resto de la soga.
La idea era sencilla, tan sencilla como bajar por la soga. Con uno que bajara, era suficiente, para avisar al pueblo y poder sorprender a los farsantes.
Como el chico que siendo también de Malva, vive en algún pueblo de Cáceres, tiene una mano vendada, se hizo daño al arrastrar, jugando al perrero, obviamente no podía bajar, no le quedaba más remedio al chico de Malva, que también vive en Zamora y trabaja en una multinacional, agarrarse a la soga. No podemos olvidar y debo de contar que las tres chicas, y al unísono, se ofrecieron también a bajar.
Sé deslizo por la soga hasta llegar al suelo, como le debieron quedar las manos, con el roce y la falta de costumbre, que pena de unos buenos guantes. Una vez en el suelo, pensó, si voy al pueblo, lo mismo cuando subamos, han terminado y se han ido o si oyen al gentío subir, salen en estampida con lo que tengan cargado, dio la vuelta alrededor de la ermita, a la altura del camarín, vio que estaba el furgón delante del palomar, no se veía a nadie, se acerco rápido pero sigilosamente, si había alguien, en la puerta del palomar no lo verían, lo cubría el furgón, al llegar a este, con las puertas de atrás abiertas, en su interior, vio uno de los cajones de monedas, agachándose, le quitó el tapa válvulas a la rueda delantera del lado contrario al palomar, apretando con un dedo en el obús comenzó a sacarle el aire, cuando estaba ya casi vacía la rueda, oyó pasos, salían con el segundo cajón, dejo de apretar con el dedo, quedándose quieto, hasta que se dio cuenta que de nuevo volvieron a entrar en el palomar, terminó de sacar el resto de aire, volviendo a la carga con la rueda de atrás del mismo lado. De nuevo volvieron a salir con otro cajón teniendo que interrumpir el desinflado de la rueda, quedándose como una estatua, los tenía tan cerca, que si respiraba lo podrían descubrir.
Una vez que se internaron en el palomar, termino con la rueda y se dio cuenta que al lado del palomar-molino de Juan Misol, había otro coche, el Citroen turismo, se dirigió hacia él para hacerle la misma operación, a éste le sacó el aire de las dos ruedas de adelante, pues estaba mirando hacia Vezdemarban, y si salían de nuevo, se podía ocultar más rápidamente en la parte delantera del coche, pero cuando estaba con la segunda, lo vieron desde el otro palomar, el forastero, con el tabardo en la mano, gallego de Combarro, comenzó a correr hacia él, pero tenía que terminar de desinflar la segunda, rueda, si no, con una sola desinflada, la sustituirían por la de repuesto y todo el esfuerzo hubiera sido vano. Con la rueda ya sin aire y el forastero, con el tabardo en la mano, gallego de Combarro, a unos veinte metros, comenzó a correr hacia el pueblo por la tierra, del lado de la entrada a la ermita, y de pronto oyó:
Viendo que no podían salir, comenzaron a subir mecánicamente casi sin saber por qué, por las escaleras hacia la torre en espadaña, en definitiva era el único medio de comunicación que podrían tener con el exterior.
Mientras subían, pensaron en tocar las campanas, no había otra solución; una vez arriba la chica de Malva, que vivía en Zamora cerca de un centro comercial, se fijó en las sogas que colgaban de las campanas hacia abajo, estas sogas se dejaban enganchadas a las campanas para poder tocarlas desde abajo, si se subía arriba para tocar, se desenganchaban de las campanas y se enganchaban a unos clavos que había, para tal efecto, les dijo, no hay que tocarlas, tengo una idea.
-Ayudarme a subir las sogas.
Tirando de ellas, una vez arriba, ataron una con otra para conseguir más longitud, ataron un cabo alrededor de la columna central que soportaba los dos arcos de medio punto, donde se suspenden las campanas del campanario, dándole dos vueltas a la columna y atando al resto de la soga.
La idea era sencilla, tan sencilla como bajar por la soga. Con uno que bajara, era suficiente, para avisar al pueblo y poder sorprender a los farsantes.
Como el chico que siendo también de Malva, vive en algún pueblo de Cáceres, tiene una mano vendada, se hizo daño al arrastrar, jugando al perrero, obviamente no podía bajar, no le quedaba más remedio al chico de Malva, que también vive en Zamora y trabaja en una multinacional, agarrarse a la soga. No podemos olvidar y debo de contar que las tres chicas, y al unísono, se ofrecieron también a bajar.
Sé deslizo por la soga hasta llegar al suelo, como le debieron quedar las manos, con el roce y la falta de costumbre, que pena de unos buenos guantes. Una vez en el suelo, pensó, si voy al pueblo, lo mismo cuando subamos, han terminado y se han ido o si oyen al gentío subir, salen en estampida con lo que tengan cargado, dio la vuelta alrededor de la ermita, a la altura del camarín, vio que estaba el furgón delante del palomar, no se veía a nadie, se acerco rápido pero sigilosamente, si había alguien, en la puerta del palomar no lo verían, lo cubría el furgón, al llegar a este, con las puertas de atrás abiertas, en su interior, vio uno de los cajones de monedas, agachándose, le quitó el tapa válvulas a la rueda delantera del lado contrario al palomar, apretando con un dedo en el obús comenzó a sacarle el aire, cuando estaba ya casi vacía la rueda, oyó pasos, salían con el segundo cajón, dejo de apretar con el dedo, quedándose quieto, hasta que se dio cuenta que de nuevo volvieron a entrar en el palomar, terminó de sacar el resto de aire, volviendo a la carga con la rueda de atrás del mismo lado. De nuevo volvieron a salir con otro cajón teniendo que interrumpir el desinflado de la rueda, quedándose como una estatua, los tenía tan cerca, que si respiraba lo podrían descubrir.
Una vez que se internaron en el palomar, termino con la rueda y se dio cuenta que al lado del palomar-molino de Juan Misol, había otro coche, el Citroen turismo, se dirigió hacia él para hacerle la misma operación, a éste le sacó el aire de las dos ruedas de adelante, pues estaba mirando hacia Vezdemarban, y si salían de nuevo, se podía ocultar más rápidamente en la parte delantera del coche, pero cuando estaba con la segunda, lo vieron desde el otro palomar, el forastero, con el tabardo en la mano, gallego de Combarro, comenzó a correr hacia él, pero tenía que terminar de desinflar la segunda, rueda, si no, con una sola desinflada, la sustituirían por la de repuesto y todo el esfuerzo hubiera sido vano. Con la rueda ya sin aire y el forastero, con el tabardo en la mano, gallego de Combarro, a unos veinte metros, comenzó a correr hacia el pueblo por la tierra, del lado de la entrada a la ermita, y de pronto oyó: