CRÓNICAS DE UN PUEBLO
Muchos os acordaréis de que en Malva hubo una sociedad dedicada a la labranza que se llamó “Los Federicos” en la que desarrollaban una importante labor Pon y Valentín. Tenían tarea todo el año, pero era sobre todo en verano cuando tenían que andar más al grano, nunca mejor dicho. Descargaban los remolques del grano de la cadena p’atrás, uno y de la cadena pa’lante, el otro.
Pasaban muchos ratos juntos, de manera que sabían de sobra cuáles eran los gustos de uno y los de otro. Por descontado, el que conocieran sus gustos, no significa que se los complacieran, al revés. La verdad es que no era de extrañar porque tenían de quién aprender: Esteban, José Luis, Goyo, Gumer, etc, etc.
Aunque Pon diga ahora que fue sin querer, yo no me creo del todo que no pillara adrede la fiambrera de Valentín con la rueda del tractor. Porque buenas manos tenía, aunque fuera con el meñique encorchao, ahora buenas ideas... no siempre.
Lo digo porque a Valentín le gustaban por el vivir los cueros de los torresnos. Le tenía prometida una cervecita si se los guardaba. Lo que pasa es que Pon no solo quiere mucho a su primo Valentín, sino que también quiere mucho a los perros. Y no ha tenido pocos, como todos sabemos.
El caso es que aquella mañana de cosecha, llegó la hora de almorzar y se sentaron a la sombra. Como era lógico, en pleno verano, el perro de Pon, con la lengua fuera del calor y de las carreras que se echaba detrás de él, se puso frente al amo, esperando alguna tripa o algún zoco de pan que a alguno le quedara en demasía.
Valentín ya había terminado con lo de su fiambrera, pero esperaba que Pon terminara de untar todo el tocino en el pan, para meterle mano al cuero y mientras, se refrescaba la boca para poderlo rungar con más claridad y con más gusto.
Tanto Valentín como el perro estaban clisados, mirando cómo la navaja de Pon rascaba los últimos restos de tocino en el cuero. No sabría decir a cuál de los dos le colgaba más la baba. Antes de cerrar la navaja, mientras Valentín alargaba la mano para coger el cuero, Pon va y se lo tira al perro que, por supuesto, lo levantó en el aire.
Valentín se quedó helao y le tuvo que saber mu superior porque dejó a Pon sin cerveza, lo menos una semana.
¡Y con razón! ¿O no?.
--- o0o ---
Muchos os acordaréis de que en Malva hubo una sociedad dedicada a la labranza que se llamó “Los Federicos” en la que desarrollaban una importante labor Pon y Valentín. Tenían tarea todo el año, pero era sobre todo en verano cuando tenían que andar más al grano, nunca mejor dicho. Descargaban los remolques del grano de la cadena p’atrás, uno y de la cadena pa’lante, el otro.
Pasaban muchos ratos juntos, de manera que sabían de sobra cuáles eran los gustos de uno y los de otro. Por descontado, el que conocieran sus gustos, no significa que se los complacieran, al revés. La verdad es que no era de extrañar porque tenían de quién aprender: Esteban, José Luis, Goyo, Gumer, etc, etc.
Aunque Pon diga ahora que fue sin querer, yo no me creo del todo que no pillara adrede la fiambrera de Valentín con la rueda del tractor. Porque buenas manos tenía, aunque fuera con el meñique encorchao, ahora buenas ideas... no siempre.
Lo digo porque a Valentín le gustaban por el vivir los cueros de los torresnos. Le tenía prometida una cervecita si se los guardaba. Lo que pasa es que Pon no solo quiere mucho a su primo Valentín, sino que también quiere mucho a los perros. Y no ha tenido pocos, como todos sabemos.
El caso es que aquella mañana de cosecha, llegó la hora de almorzar y se sentaron a la sombra. Como era lógico, en pleno verano, el perro de Pon, con la lengua fuera del calor y de las carreras que se echaba detrás de él, se puso frente al amo, esperando alguna tripa o algún zoco de pan que a alguno le quedara en demasía.
Valentín ya había terminado con lo de su fiambrera, pero esperaba que Pon terminara de untar todo el tocino en el pan, para meterle mano al cuero y mientras, se refrescaba la boca para poderlo rungar con más claridad y con más gusto.
Tanto Valentín como el perro estaban clisados, mirando cómo la navaja de Pon rascaba los últimos restos de tocino en el cuero. No sabría decir a cuál de los dos le colgaba más la baba. Antes de cerrar la navaja, mientras Valentín alargaba la mano para coger el cuero, Pon va y se lo tira al perro que, por supuesto, lo levantó en el aire.
Valentín se quedó helao y le tuvo que saber mu superior porque dejó a Pon sin cerveza, lo menos una semana.
¡Y con razón! ¿O no?.
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