El caso es que aquella mañana de cosecha, llegó la hora de almorzar y se sentaron a la sombra. Como era lógico, en pleno verano, el perro de Pon, con la lengua fuera del calor y de las carreras que se echaba detrás de él, se puso frente al amo, esperando alguna tripa o algún zoco de pan que a alguno le quedara en demasía.