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MALVA: CRÓNICAS DE UN PUEBLO...

CRÓNICAS DE UN PUEBLO
Como todo esto ya nos pilla con una edad a más de cuatro, algunos no buscamos más que la tranquilidad y los buenos alimentos. Digo esto porque ya no aguantamos, por lo menos yo, ni la cuarta parte de lo que aguantábamos antes. Lo mismo bebiendo que sin beber, se me hace mu largo to lo que pase de tres cuartos de hora. Ahora, también es cierto que depende de dónde y con quién estés. No es lo mismo estar a solas, viendo el mar asomado a un acantilado que estar encerrado en un ascensor con tres charlatanes del mercadillo.
El caso es que una noche de verano, después de un rato agradable de cervecitas frías y chascarrillos, nos íbamos quedando, en el bar de Adela, los propios: Miguel, Vega, Adela, Pedro, alguno más que no recuerdo y el protagonista, Félix el Rabón, q. e. p. d. Estábamos arrebañando una cerveza esperando que Adela sacara la escoba y empezáramos a arrancar, poco a poco.
Yo ya llevaba un rato con ganas de marchar pa casa, pero esperaba que alguien lo dijera primero, cuando a Vega, creo recordar, se le ocurrió preguntarle a Félix si ya nos había hecho un juego de cartas mu bonito que sabía. ¡En qué hora se le ocurriría!. Porque Félix, prisa lo que se dice prisa, no tenía ninguna. Así que empezó con el jueguecito, despacio, sin correr.
Ya no me acuerdo de en qué consistía el juego pero nos hizo probar varias veces, por supuesto.
-Hay que ver lo espabilao que es este Félix, decía Adela. Pero que te acierta la carta las veces que quieres. Ya verás Heli, pídele otra.
- ¡Pero que no tarda nada!, decía Vega. Míralo, en un verbo ya te la ha acertado.
-Pues es verdad, ¿y cómo lo haces?
- ¡Sí hombre! Te lo va a decir a ti, decía Adela.
Cuanto más le alababan, más se crecía Félix, así que la solución no parecía cercana, ni mucho menos.
-Bueno, pues danos otras cervezas y que nos haga otra vez el juego a ver si lo cogemos, tuve que determinar.
Se acababan, cada vez con más desgana, tanto las cervezas como las barreduras del bar y Félix seguía sin dar su brazo a torcer. Pedro colocaba las sillas y las mesas, Adela apagaba parte de las luces y, con eso a mí se me avivaba la esperanza de ir pronto a la cama, con el juego resuelto o por resolver. Seguro que ahora Adela y Pedro, dan una palmada y nos van mandando a la cama como quien no quiere la cosa, pensaba yo. Y para darles el pie, se me ocurrió ofrecer una rendición, esperando que los demás hicieran lo mismo y Félix nos aclarara el truco.
-Bueno, venga Félix, yo me rindo, mira a ver estos qué dicen y nos resuelves el juego.
-Venga sí, nos rendimos, asentían algunos, bajándose del taburete y sacudiéndose las piernas medio entumecidas, para arrancar de una vez.
Pero cuando todos dábamos por hecho que por fin, marchábamos pa casa, hartos ya del jueguecito, a Félix le quedaba otro as en la manga con el que seguir amenizándonos otro poco la velada.
-Y tú, Pedro, ¿te rindes?.
-Yo no, dijo el zángano de Pedro.

Nunca mejor dicho: ¡nos jodió!