Había fumadores que compraban tabaco y que tiraban el cigarro antes de llegar a las letras de la marca y luego estábamos los “arrebañapavas” que andábamos al hilo de los otros. Cuando juntábamos algo de dinero para poder comprarlo, íbamos donde el señor Honorio, a por “un paquete pa’l señor Toño, el Molinero” y al cuarto o quinto muchacho que llegaba en el mismo día, decía el estanquero: “Mucho fuma, Toño”. Era mejor ir a Bustillo a comprar el “Peninsulares”, porque Azucena, la del estanco, lo tenía para adentro y mientras iba a buscarlo, le comíamos los nevaditos que tenía en el mostrador. Era por no fumar en ayunas, que sienta peor.