Crónicas de una letra minúscula
Y 62. Una de chisqueros y tabacos
4ª Parte
Era típico también que los pocos coches que llegaban al pueblo, y no sé por qué, siempre dejaban encima del salpicadero el paquete de tabaco, y las puertas del coche abiertas, imagínate lo que tardaba en desaparecer el paquete.
Cuando se acercaban las fiestas de la Virgen del Tobar, solíamos ir ahorrando para comprar un paquete de rubio emboquillado. Y cuando marchabas para casa, con el paquete en el bolsillo, lo escondíamos en alguna panera, metiéndolo por la gatera de la puerta. Algunas veces, cuando lo ibas a coger al día siguiente, estaba solo el sitio.
A Funcor, que era y es un tipo chulo, pero chulo en el mejor sentido de la palabra, le gustaba de llevar las camisas muy desabrochadas, casi se le veía toda la barriga, y un día jugando a las cartas en uno de los reservados del salón de Angélico, se le metió toda la lumbre del cigarro por la camisa hasta los calzoncillos, bramaba y saltaba, hasta que pudo liberarse de la brasa, cuando consiguió bajarse los pantalones y los calzoncillos.
Por cierto, Funcor era el único que conseguía romper el anillo que hacíamos con el film de plástico transparente, que envolvía los paquetes de tabaco. Lo enrollábamos, lo atábamos con un nudo y una vez preparado el anillo, se trataba de romperlo metiendo los dedos corazón de cada mano, tirando hacia fuera.
Los hombres del campo, sobre todo sí era verano, escupían en el hueco de una mano, y ahí metían la lumbre del cigarro para apagarlo.
Y 62. Una de chisqueros y tabacos
4ª Parte
Era típico también que los pocos coches que llegaban al pueblo, y no sé por qué, siempre dejaban encima del salpicadero el paquete de tabaco, y las puertas del coche abiertas, imagínate lo que tardaba en desaparecer el paquete.
Cuando se acercaban las fiestas de la Virgen del Tobar, solíamos ir ahorrando para comprar un paquete de rubio emboquillado. Y cuando marchabas para casa, con el paquete en el bolsillo, lo escondíamos en alguna panera, metiéndolo por la gatera de la puerta. Algunas veces, cuando lo ibas a coger al día siguiente, estaba solo el sitio.
A Funcor, que era y es un tipo chulo, pero chulo en el mejor sentido de la palabra, le gustaba de llevar las camisas muy desabrochadas, casi se le veía toda la barriga, y un día jugando a las cartas en uno de los reservados del salón de Angélico, se le metió toda la lumbre del cigarro por la camisa hasta los calzoncillos, bramaba y saltaba, hasta que pudo liberarse de la brasa, cuando consiguió bajarse los pantalones y los calzoncillos.
Por cierto, Funcor era el único que conseguía romper el anillo que hacíamos con el film de plástico transparente, que envolvía los paquetes de tabaco. Lo enrollábamos, lo atábamos con un nudo y una vez preparado el anillo, se trataba de romperlo metiendo los dedos corazón de cada mano, tirando hacia fuera.
Los hombres del campo, sobre todo sí era verano, escupían en el hueco de una mano, y ahí metían la lumbre del cigarro para apagarlo.