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MALVA: Crónicas de una letra minúscula...

Crónicas de una letra minúscula

Y 62. Una de chisqueros y tabacos

3ª Parte

Que tiempos aquellos, cuando se decía: Que no había ni para piedras de chisquero.

Otra forma de encenderlos, era cogiendo una brasa con las tenazas, o un palo ardiendo, cuando estaban sentados a la lumbre baja, de tertulia.

Y los librillos, que sistema tan sencillo y perfecto, de sacar los papeles uno a uno, los más corriente eran unos de color rojo ladrillo, con una cara negra en medio, creo que se llamaban “Zig Zag”, había otro de cuadros blancos y negros, Jean; de estos se sacaba la hoja de papel longitudinalmente, pero había otro de color vino oscuro, del que se sacaban los papeles transversalmente, no recuerdo el nombre. Y otra marca de librillos era El Barco.

Algunos tenían la hoja roja, que dio nombre a la famosa novela de Miguel Delibes, se trataba de una hoja de color que salía al final del librillo, avisándote, de que solo te quedaban otras cinco hojas. Miguel Delibes, reflejó magistralmente, en su novela, la jubilación y los últimos años de vida de un funcionario municipal. “La hoja roja”.

Posteriormente se empezaron a vender los cigarrillos liados, me acuerdo de los Peninsulares, valían 2,5 pesetas, los celtas, 4,5, luego empezaron los emboquillados, o con filtro, Jean, Ducados etc. Los rubios y los morenos.

Recuerdo unos rubios sin filtro, los Santillana, que tenían el papel dulce, otros como el Palmitas, el papel era casi negro, con la boquilla dorada. El Piper era mentolado, el Sisi, cada cigarrillo era de un color, el Lark que apareció con los granitos de carbón activado en el filtro.

Otros eran Philip Morris, Kent, el Bisonte y su condón, Rex, Reyno y Pallmall mentolados, Condal, Lucky Strike, etc.

Nosotros de pequeños cuando empezábamos a fumar, como es lógico lo hacíamos a escondidas, íbamos para las eras, al resguardo de alguna caseta.

Lo que se dice empezar, empezamos fumando los pelufos de los puros que cogíamos de un regato, que había al lado de la alameda, junto a unas huertas, los deshacíamos y los liábamos en papeles de librillo, si había y sí no, en cualquier tipo de papel, picaban como demonios. Otras veces a colillas, de los bares o de donde fuera, las mejores eran siempre las del pórtico, sería por eso de darle un par de caladas, tirar la colilla y meterse a misa.

Se hablaba también de unos palos que se fumaban, palos que se cogían a las orillas de los ríos, pero como en Malva no había río, no los catamos.