Crónicas de una letra minúscula
Y 62. Una de chisqueros y tabacos
1ª Parte
A María Elena, la nieta don Leonides el boticario, un día la
mandó su madre a casa del señor Honorio el estanquero, a por una piedra de mechero, cuando le despachó la piedra y le pidió los dos reales, que costaba de aquella, ella le contestó, que por esa birria de piedra tan pequeña no le daba los dos reales, o se la daba más grande, o que se quedara con ella.
Y para casa marchó sin la piedra.
Era uno de los recados que teníamos que hacer los muchachos, ir al estanco, la mayor parte de las veces, íbamos a por tabaco, para los mayores, entonces fumaban casi todos los hombres. Hacías mejor el recado para los de fuera, que para los de familia, los de fuera te daban alguna propina.
En el caso de María Elena la piedra era para un mechero de cocina, para encender el butano, se trataba, de un artilugio mecánico, tenía un mango de madera, y con el dedo gordo desplazabas un pulsador metálico, que hacía girar una rueda sobre la piedra, saltando la chispa, que hacía prender el butano, fallaban más que una escopeta de feria.
A falta de estos artilugios, cuando llegó el butano, se utilizaban las cerillas económicas o de cocina mismamente, a nosotros no nos gustaban nada, pues no tenían santos, el mismo dibujo se repetía en todas las cajas del paquete, no como las otras cajas de cerillas, las que usaban los fumadores, recuerdo unas que había de caza mayor, todos las coleccionábamos y andábamos detrás de los mayores pidiéndoles, que nos las guardaran, cuando acabaran las cerillas. Otras hubo de caza menor, y las más valoradas eran las de temas taurinos, esas valían 1000 puntos. Unas eran de Fosforera Española y otras de Fósforos del Pirinéo, estas últimas solían ser de madera.
Y 62. Una de chisqueros y tabacos
1ª Parte
A María Elena, la nieta don Leonides el boticario, un día la
mandó su madre a casa del señor Honorio el estanquero, a por una piedra de mechero, cuando le despachó la piedra y le pidió los dos reales, que costaba de aquella, ella le contestó, que por esa birria de piedra tan pequeña no le daba los dos reales, o se la daba más grande, o que se quedara con ella.
Y para casa marchó sin la piedra.
Era uno de los recados que teníamos que hacer los muchachos, ir al estanco, la mayor parte de las veces, íbamos a por tabaco, para los mayores, entonces fumaban casi todos los hombres. Hacías mejor el recado para los de fuera, que para los de familia, los de fuera te daban alguna propina.
En el caso de María Elena la piedra era para un mechero de cocina, para encender el butano, se trataba, de un artilugio mecánico, tenía un mango de madera, y con el dedo gordo desplazabas un pulsador metálico, que hacía girar una rueda sobre la piedra, saltando la chispa, que hacía prender el butano, fallaban más que una escopeta de feria.
A falta de estos artilugios, cuando llegó el butano, se utilizaban las cerillas económicas o de cocina mismamente, a nosotros no nos gustaban nada, pues no tenían santos, el mismo dibujo se repetía en todas las cajas del paquete, no como las otras cajas de cerillas, las que usaban los fumadores, recuerdo unas que había de caza mayor, todos las coleccionábamos y andábamos detrás de los mayores pidiéndoles, que nos las guardaran, cuando acabaran las cerillas. Otras hubo de caza menor, y las más valoradas eran las de temas taurinos, esas valían 1000 puntos. Unas eran de Fosforera Española y otras de Fósforos del Pirinéo, estas últimas solían ser de madera.