Una vez colocado en el sillón de torturas, el dentista le mandó abrir el “expediente”. Las primeras pesquisas no delataban nada anómalo, a pesar de que el investigador fruncía el ceño en cuanto notaba el rastro de alguna de las cañas ingeridas. Cuando la exploración ganó la suficiente profundidad, el dentista, llevado por su afición a series como C. S. I., quiso fardar de su capacidad observadora.