Con ese nombre, no esperábamos que viniera en una carroza tirada por cuatro briosos corceles, pero tampoco que lo hiciera en un “cochino” (así llaman en
Cáceres a los
coches chiquininos), de esos que no necesitan carnet, y que le quedaba más ajustao que un
traje a medida. No se podía montar en él hasta que tuviera la faria a medio fumar, porque si no se la pillaba al cerrar la
puerta. Tampoco podía llevarla flácida en la boca, porque le pegaba en el volante, ni llevarla fuera del
coche, porque se
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