Después de pregonarnos las cuentas de los cartones vendidos y del reparto de premios, empiezan a cantar los números y el silencio se apodera de toda la sala, hasta que los chirridos de la puerta del servicio sonaron como los clarines de la plaza de toros, dando paso, a puerta gayola, a aquellas dos señoras, que se dirigían, muy ufanas ellas, sin prisa, como auténticas veteranas en esos asuntos, hacia sus respectivos sitios. Seguramente, irían comentando, lo desagradable que había sido la meada de ... (ver texto completo)
