De camino a la nocturnidad de algún palomar, tan apartado que no nos haga falta correr el pestillo, nos empieza a acompañar la música de las tripas, de manera que, lo que parecía ser un paseo de placer, se va convirtiendo en una urgencia con sirena y todo. No nos queda más remedio que ir echando mano a la hebilla del cinturón, como Clint Eastwood al revólver. Van empezando los tiros y el olor a pólvora y, como no tenemos caballo al que espolear, avivamos el paso, no sea que cuando lleguemos, hayan ... (ver texto completo)
