Estábamos picados y bien picados, pero no contra los del equipo contrario, a los que ganábamos habitualmente, sino entre Ángel Mari y yo. Terminó metiendo más de cien goles y yo me quedé en alguno menos. Por entonces yo tenía tal vicio con el
fútbol, que en cuanto me dejaba el autobús en la
plaza, iba corriendo a
casa, dejaba la cartera detrás de la cochera, mangaba la bici y me iba, a to meter, hasta Bustillo. Cuando llegaba a la plaza, estaban bajándose los bustillejos. Me iba a casa de Bernardino
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