Merendamos los asados habituales y se conoce que el vino de la merienda nos hizo efecto porque, de repente, se nos quedaba pequeño un
pueblo como El Perdigón. Había que triunfar como fuera y nada mejor que ir a
San Marcial. A unos cuatro kilómetros de allí, tenía que haber ambiente porque nos habían dicho que era
fiesta. Pero la fiesta sería de las de guardar (de las de guardarse todos en
casa) porque allí no había más que un
bar en la
plaza y, dentro el dueño, supongo, y un cliente, que si no era
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