Antes de Miguel acabara con lo poco que le quedaba del muslo, allí repanchingado en una silla de la cocina, dando vueltas a la tajada, estudiando la forma de acabar con ella, las extranjeras, muy educadas, se asomaron a la cocina a darnos las buenas
noches.
Esteban se tiraba de los pelos por lo que ya no tenía remedio, pero Miguel, sin inmutarse, y mirando para el hueso escamundao del muslo, me dijo:
- ¿Sabes lo que te digo, Heli?. Que se nos han escapao por piernas.