Tras los primeros requiebros cariñosos, Pon cayó en la cuenta de lo difícil que le resultaría ser correspondido y además, escucharlo, porque era más grande el ruido que había en el
bar que la fuerza con que ambos podían expresar el cariño que se tenían. Así que, agarrado al teléfono, con gesto resignado por el convencimiento de no ser atendida su súplica, pidió:
- ¡Por favor, un momento!
Inmediatamente, la incauta de la camarera, que estaba justo detrás de mí, repasando la vitrina con la bayeta,
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