En otra de sus imborrables enseñanzas, fue capaz de inculcar, en una persona como Fede el Rácano, un tremendo amor por la selva, sólo comparable con el que pudiera tener Chita, la mona de Tarzán. Una mañana lo sacó a la palestra y le preguntó:
- A ver, Federico ¿qué es la selva?
- La selva, la selva, dudaba Fede, rascándose nerviosamente la cabeza, temeroso de que volara algún cate, la selva es un paraje..., con mucho follaje..., donde viven los animales salvajes.
- ¡Si hombre, y comen mucho potaje!,
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