Os aseguro que el pobre
coche no tuvo nunca una mala digestión, porque siempre, tanto en la
siesta como por la
noche, se acostaba con el estómago bien ligero. Eso sí, alguna noche, para que cogiera mejor el sueño, le hacíamos sonar unas campanillas, pero no me preguntéis por qué sonaban, porque no os lo voy a decir ¡de manera ninguna!.
Era tanta la necesidad que pasaba el pobre 127, que cuando volvíamos por la
carretera de
Toro, al llegar a
Fuentes, Pon apagaba el motor y llegábamos, por la inercia
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