No sé si Miguel se acordará, pero yo todavía no sé, porque insistía tanto en que las extranjeras, nos concederían a nosotros los favores que aél le negaban, pero tanto nos dio la matraca, que ya no pudimos por menos: " ¡Vamos allá!"
Queddamos en salir a ver qué tal. Eran más guapas que feas, pero grandes, bastante grandes. Para hablar con ellas, teníamos que subirnos en una silla, pero, con el escaso dominio del idioma español que tenía, mejor dejar la silla en
casa y por lo menos no ibas cargado.
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