Como no teníamos claro de qué bar procedería el motivo de aquellos espasmos y sudores, y tampoco íbamos a pararnos discutirlo porque no nos lo permitía ni la prisa que llevábamos, ni el ruido que íbamos haciendo por detrás, nos metimos en una obra que nos quedó a mano. Entre palés de ladrillos, accedimos al primer piso por el esqueleto de una escalera, porque del ascensor no encontrábamos ni el hueco.
