Pues, como decía, uno de aquellos
veranos, en los primeros años del
bar La Pacheca, al ser el único bar que había abierto, Gúmer q. e. p. d., nos mandaba a la
calle a partir de las doce de la
noche y, si queríamos trasnochar un poco, teníamos que idear algo en qué pasar el rato. Se nos ocurrió preparar una batida de pardales para cenarlos al día siguiente. Era fácil cogerlos: en los
pozos de las
huertas, se ponía una red que tapara el brocal, se tiraban unos cantos o se daban unas palmadas y cuando
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