En la de aquella tarde, en Villaralbo, creo que estábamos Alfredo, Ángel el Majo y yo. No me acuerdo de cuál sería el motivo, pero de que, tras la discusión, planeamos roerle la soga y pensamos en negarle los veinte duros de la gasolina. Por supuesto, no dijimos ni mu, pero Pon se debió oler la tostada y, cuando llegó la hora de marchar pa
casa, disimuladamente, se adelantó un momento y se metió en el
coche. Como no existían los cierres centralizados con mando a distancia, no le resultó muy complicado
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