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CASTROVERDE DE CAMPOS: PÀGINA.-4ªLa Edad Media también nos ha legado millones...

PÀGINA.-4ªLa Edad Media también nos ha legado millones de documentos escritos. La mayor parte de lo que se ha conservado de la literatura —y de la filosofía, y de la ciencia— grecolatina se transmitió a través de las copias producidas en los escritorios de los monasterios, en las cortes principescas y en las mesas de los copistas de multitud de ciudades orientales y occidentales. Las traducciones árabes y los textos bizantinos redescubrieron tratados antiguos desaparecidos durante siglos que hicieron posible, precisamente, el surgimiento del humanismo. Desde el siglo XII se disponía ya de traducciones de Aristóteles al latín realizadas en Toledo; en ese mismo siglo, la codificación del derecho a partir de compilaciones jurídicas previas como la del emperador bizantino Justiniano fue un factor clave en la institucionalización y el desarrollo político y constitucional del mundo moderno; el dinamismo de la medicina a partir del siglo XIII debe mucho a principios de la fisiología y la terapéutica desarrollados y sintetizados por los autores musulmanes. La revolución de la forma de transmisión de los saberes cristalizó en una institución totalmente nueva que se ha mantenido en su forma casi original hasta nuestros días: la universidad. Las primeras universidades —Bolonia, Oxford, Salerno, París— establecieron un sistema de títulos y grados como magíster o doctor que constituyen aún los jalones fundamentales del currículo de la educación superior. Muchos aspectos de nuestra vida cotidiana tienen un origen medieval: esa es la procedencia de buena parte del léxico de nuestras lenguas modernas, forjado en ese periodo entre la desaparición del latín, el fin de los movimientos migratorios en Europa y la puesta por escrito —que fijó su transmisión— de las lenguas vernáculas. De la Edad Media procede nuestra forma de identificación de las personas, con un nombre de pila (bautismal) y un apellido o nombre de familia, hereditario. La imagen clásica de un pueblo apiñado en torno a su iglesia y a su cementerio no es de ninguna manera inmemorial, lo mismo que las ciudades rodeadas de sus murallas, sino un producto puramente medieval. Miles de edificios son testigos mudos de la transformación del paisaje y de la fijación de unas estructuras territoriales que surgen de la concentración de poblaciones en torno a la centralidad de los lugares del poder como iglesias, castillos y fortalezas. Nuevas formas y estructuras políticas cristalizaron en los siglos posteriores a la desintegración imperial romana. La lógica territorial se impuso a la identidad de la estirpe en la constitución de los nuevos reinos europeos, dejando el rastro de esa transformación incluso en la forma de denominarlos —el reino de los francos pasó a llamarse Francia, por ejemplo—, mientras que una enorme vitalidad institucional cuajó en las ciudades, en los Gobiernos urbanos y en las asambleas gubernativas, donde algunos han querido ver los orígenes del parlamentarismo moderno. El control de la violencia arbitraria fue una de las consecuencias del desarrollo institucional medieval. La Edad Media no fue una época de paz y amor universal, pero a lo largo de ella se teorizaron y se pusieron en práctica formas de justicia, de mediación y de resolución de conflictos. La guerra era, en cierta medida, el último recurso, ya que los Estados no podían sostener la violencia en unos niveles muy altos y constantes. Las batallas campales con grandes contingentes de guerreros a pie y a caballo enfrentados en una lucha a muerte fueron escasas y, por ello, magnificadas en los relatos de la época. La violencia brutal e impredecible es distintivamente moderna. Fue Bernardo de Chartres, y no Isaac Newton, el autor original al que se le atribuye generalmente, hacia 1120, una de las citas más famosas de la historia de la ciencia: “Somos enanos a hombros de gigantes”. En medio de dos edades aparentemente de oro, la medieval no fue una edad de hierro. Tuvo, más bien, tiempos de enanos y tiempos de gigantes. Como todas. Ana Rodríguez es investigadora científica en el Instituto de Historia del Centro de Ciencias Humanas y Sociales-CSIC. Actualmente dirige el proyecto Petrifying Wealth. The Southern European Shift to Masonry as Collective Investment in Identity, c. 1050-1300, financiado por la Unión Europea, NAZARIO MATOS.