LA TARDE SE PONIA GRIS
Aquel hombre podador de viñas, hace ahora más de sesenta años, salía de su pueblo con la intención de podar algún viñedo de su propiedad, mas el día se iba poniendo oscuro, el solo tenía su bicicleta y una manta para abrigarse, más sobre las dos de la tarde él hombre aquel se dio cuenta que las nubes se acercaban con ganas de llover, y que la distancia a su pueblo era de tres kilómetros, que le dejarían calado a fondo, pero no desistió de su trabajo incluso cuando empezó a lloviznar, hubo un momento que la lluvia arreciaba, y trato de taparse con su manta, pero viendo el ambiente de lluvia cerrado, cogió su bicicleta, y sin pensarlo demasiado salió en dirección a su pueblo, llegando calado a tope, su cuerpo era un continuo agua cayendo por él, enseguida de estar en su vivienda, su esposa le preparo ropa seca, y con una toalla se pudo quitar tanto agua de encima. Al día siguiente le aparecieron dolores en la espalda, y sus brazos parecían entumidos, sintiendo como si tiraran de su cuerpo los demonios, Eran momentos duros, ya se comentaba en aquella tierra que las aguas llovidas encima del humano te dejaban secuelas. Cierto fue, el hombre aquel todas las noches se preparaba un ladrillo macizo, que introducía entre las brasas de su cocina de leña, y una vez bien caliente, le envolvía en periódicos viejos, y se le colocaba entre su camisa y el pecho, de un lado y otro, incluso hasta sobre su espalda, Esta costumbre que parecía hacerle tener más salud, la mantuvo muchos años, cuando notaba moquilla o tos, ya empezaba su recorrido de aquel ladrillo macizo, que pudiera ser medio milagroso, este hombre que participo en dos guerras, la Revolución de Asturias, y la guerra incivil de España, llegó a cumplir 87. Años, y al tiempo de morir y antes le escuche decir malditas todas las guerras, solo son buenas para los mercaderes de armas y alimentos, El pueblo siempre sale perdiendo, Creo que tenia mucha razón, no se equivocaba en sus expresiones castellanas. G X Cantalapiedra.
Aquel hombre podador de viñas, hace ahora más de sesenta años, salía de su pueblo con la intención de podar algún viñedo de su propiedad, mas el día se iba poniendo oscuro, el solo tenía su bicicleta y una manta para abrigarse, más sobre las dos de la tarde él hombre aquel se dio cuenta que las nubes se acercaban con ganas de llover, y que la distancia a su pueblo era de tres kilómetros, que le dejarían calado a fondo, pero no desistió de su trabajo incluso cuando empezó a lloviznar, hubo un momento que la lluvia arreciaba, y trato de taparse con su manta, pero viendo el ambiente de lluvia cerrado, cogió su bicicleta, y sin pensarlo demasiado salió en dirección a su pueblo, llegando calado a tope, su cuerpo era un continuo agua cayendo por él, enseguida de estar en su vivienda, su esposa le preparo ropa seca, y con una toalla se pudo quitar tanto agua de encima. Al día siguiente le aparecieron dolores en la espalda, y sus brazos parecían entumidos, sintiendo como si tiraran de su cuerpo los demonios, Eran momentos duros, ya se comentaba en aquella tierra que las aguas llovidas encima del humano te dejaban secuelas. Cierto fue, el hombre aquel todas las noches se preparaba un ladrillo macizo, que introducía entre las brasas de su cocina de leña, y una vez bien caliente, le envolvía en periódicos viejos, y se le colocaba entre su camisa y el pecho, de un lado y otro, incluso hasta sobre su espalda, Esta costumbre que parecía hacerle tener más salud, la mantuvo muchos años, cuando notaba moquilla o tos, ya empezaba su recorrido de aquel ladrillo macizo, que pudiera ser medio milagroso, este hombre que participo en dos guerras, la Revolución de Asturias, y la guerra incivil de España, llegó a cumplir 87. Años, y al tiempo de morir y antes le escuche decir malditas todas las guerras, solo son buenas para los mercaderes de armas y alimentos, El pueblo siempre sale perdiendo, Creo que tenia mucha razón, no se equivocaba en sus expresiones castellanas. G X Cantalapiedra.