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LA SECA: UN CUENTO DE NAVIDAD LASECANO...

UN CUENTO DE NAVIDAD LASECANO
Aquel año de 1866. La Seca, como otros pueblos de Castilla, Vivian esperando una Navidad en libertad, y con mucha sensación cristiana, aunque había personas que trabajaban muchas horas de su vida, para poder mantenerse ellos y otros incluso a su familia, hubo un niño de 10, años de edad, que sus padres habían emigrado al extranjero, y aquel niño quedó al cargo de sus abuelos maternos, que no estaban muy mal situados del todo, pero que al niño le pusieron a trabajar de zagalillo, con un pastor de dicha localidad.
Aquel niño madrugaba antes de salir el sol, para poder ir a cuidar aquel rebaño de 200, ovejas y 50, corderos.
El dueño del rebaño era un hombre rudo, de cultura pastoril de nacimiento, y poco a poco le fue enseñando a dicho niño el oficio de pastor, que aunque al niño no le agradaba del todo, por lo menos recibía un sueldo muy pequeño, y de vez en cuando, como una vez al mes, un queso de dichas ovejas, que fabricaba la esposa del pastor, y que pesaría como kilo y medio, y que antes de dárselo, la dueña lo metía en su bodega subterránea, para que se quedara un poco duro, y se pudiera comer sin problemas.
Aquel niño en esas fechas de Navidad, no tenía vacaciones como la mayoría de niños de la Villa, que al no tener colegio, o escuela, como se decía entonces, hasta después de Reyes no tenían que ir a clase, pero él niño no podía dejar de trabajar, ya que en esas fechas, nacían muchos corderos, y su jefe tan solo por la noche le mandaba para su casa a descansar.
Sus abuelos le agradecían el esfuerzo diario, y en sus alforjas sobre el borriquillo que llevaba el pastor, ponía su merienda y su botijo de agua. El Pastor llevaba su bota de vino lasecano, para entrar en calor, esos días fríos del otoño e invierno, cuando los pámpanos o sea los sarmientos, en los viñedos estaban todos escarchados.
El niño en esos días fríos recordaba a sus padres, aunque sabía que el problema de vivir en La Seca era duro, el trabajo faltaba, sin existir entonces el paro.
El día de Noche Buena llegó a su casa, sobre las ocho de la tarde, una carta venida de lejos le estaba esperando, el niño abriría dicha carta y lloró, era de sus padres, que estaban trabajando en el extranjero, aunque sus palabras, le llenaron de gozo, al ver como estaban pendientes de él y de sus abuelos.
Aquella carta en esa fecha, le dejaría muy pensativo y cariñoso, pensó que será de mis abuelos cuando no puedan trabajar, quien les cuidara cuando su salud se quiebre, quien heredara esos pocos vienes que ellos mantienen a fuerza de trabajo, y sobre todo quien me ayudara a mí a salir adelante, en este valle de lágrimas.
El niño soltaba lágrimas que le corrían por sus mejillas, y que solo el candil encendido en la cocina de dicha casa, daba reflejos de luz tibia y tiritando.
Sus ojos se pusieron rojos, aunque sus abuelos no se llegaron a enterar, y pudieron cenar con la lumbre encendida de sarmientos secos, y los abuelos comentando, algún día vendrán a por nosotros tus padres, y nos iremos a buscar otra tierra prometida, ya que aquí nuestro futuro es incierto, y no sabemos dónde terminaremos nuestras vidas.
El niño se quedó mucho más tranquilo, se dio cuenta que su futuro estaba en el aire, y que aquellos tiempos de zagalillo, eran tiempos de paso para sobrevivir a tantas penalidades que en esa Villa se vivían, y al comprobar la carta de sus padres, se le llenaban los ojos de lágrimas, con tan solo pensar en otra tierra lejana, donde pudieran estar juntos toda la familia, sin esperar a que nadie de allí les pudiera ayudar para seguir trabajando y mal viviendo.
Hay momentos e historias que se repiten en nuestra Villa.
Hay hoy hombres con edades ya mayores, que conocieron otros tiempos parecidos a los del zagalillo.
Y personas que pudieran tener falta de memoria, para recordar su propia vida,
Esperemos que en la vida actual, no existan zagalillos con esa pena de no poder abrazar a sus padres en la Noche Buena. G X Cantalapiedra.