NO ENTENDIA OTRO REMEDIO
Aquel hombre con sus ochenta años cumplidos, y con pocas esperanzas en su futuro, aunque económicamente no le faltaba de nada, aquella fresca mañana, se marchó hasta el Centro Médico de su pueblo de Castilla, para revisar su subida de azúcar, que últimamente le tenía un poco agobiado. El médico le reviso su estado actual, y comprobó su subida, habiendo tomado hasta cuatro pastillas diarias de Meformina, y sin encontrar otra solución le ordeno, que tendría que inyectarse insulina, cosa que aquel hombre ni lo había pensado, ni quería ser esclavo de dicha solución a la diabetes. El médico le mando hablar con el practicante, actualmente A, T, S, y dicho señor le indico el comprar en la farmacia sus utensilios que usaría a diario, y que el mismo le inyectaría, hasta que supiera el poder pincharse la dosis que necesitara. Aquel hombre estaba muy solo, sus hermanos habían fallecido, y su única hermana estaba en una residencia de mayores, con muy poca visibilidad. El hombre aquel en vez de ir a la farmacia del pueblo, se dirigió a su casa, y pensando en su futuro, pensó. “Que me pueden quedar de vida, dos años o como mucho cinco, con mi reuma, mis pocas ganas de seguir soltero como toda mi vida, intentando sobrevivir a mis calamidades diarias, sin saber lo que es un beso de verdad, ni una caricia de buen padre, Sin esperar que yo fallezca, para que mis hijos pudieran heredar mis pocas propiedades, creo que no merece la pena vivir con este calvario, que solo me da complicaciones sin poderlas curar nunca”. El Hombre aquel, sin pensarlo demasiado, se acercó a su cuarto de apeos de labranza. Y viendo una cuerda que era de las buenas, preparo su viaje al otro mundo, ahorcándose en el sotechado donde tantas veces había a sus mulas acémilas, preparado para ir a labrar sus fincas, y donde en los días de lluvia, arreglo yugos, arados y cuñas de arado romano, además de las tijeras de podar, y otras herramientas agrícolas. Aquel mismo día al terminar la consulta el médico, que había notado algo raro en aquel hombre, se acercó a la farmacia, para preguntar si había pasado por allí dicho paciente. El farmacéutico le contesto “que no, que estaba la farmacia abierta toda la mañana, pero dicha persona no había pisado allí”. El médico se acercó a la vivienda de aquel hombre soltero y solo, y llamando a su puerta nadie le contesto, una vecina le dijo, “pase usted por la trasera, quizá este allí tomando el sol, o haciendo alguna labor de la casa”. La vecina le acompaño al médico hasta el patio de la vivienda de aquel hombre solitario, y nada más abrir la puerta pequeña de dicha trasera, le vieron colgando sus pies a una cuarta del suelo, y la vecina exclamando al ver dicho episodio, el médico se acercó hasta el cadáver para confirmar su fallecimiento, Pronto la noticia corría como el viento, todos los vecinos del pueblo comprendían su decisión para ellos acertada, Solo el médico y practicante no estaban de acuerdo con esa solución tan trágica. Los pueblos tienen su propia vara de medir la vida de sus habitantes, que a veces deciden tomar sus propias medidas, para poder terminar con sus problemas terrenales. D. E. P. G X Cantalapiedra.
Aquel hombre con sus ochenta años cumplidos, y con pocas esperanzas en su futuro, aunque económicamente no le faltaba de nada, aquella fresca mañana, se marchó hasta el Centro Médico de su pueblo de Castilla, para revisar su subida de azúcar, que últimamente le tenía un poco agobiado. El médico le reviso su estado actual, y comprobó su subida, habiendo tomado hasta cuatro pastillas diarias de Meformina, y sin encontrar otra solución le ordeno, que tendría que inyectarse insulina, cosa que aquel hombre ni lo había pensado, ni quería ser esclavo de dicha solución a la diabetes. El médico le mando hablar con el practicante, actualmente A, T, S, y dicho señor le indico el comprar en la farmacia sus utensilios que usaría a diario, y que el mismo le inyectaría, hasta que supiera el poder pincharse la dosis que necesitara. Aquel hombre estaba muy solo, sus hermanos habían fallecido, y su única hermana estaba en una residencia de mayores, con muy poca visibilidad. El hombre aquel en vez de ir a la farmacia del pueblo, se dirigió a su casa, y pensando en su futuro, pensó. “Que me pueden quedar de vida, dos años o como mucho cinco, con mi reuma, mis pocas ganas de seguir soltero como toda mi vida, intentando sobrevivir a mis calamidades diarias, sin saber lo que es un beso de verdad, ni una caricia de buen padre, Sin esperar que yo fallezca, para que mis hijos pudieran heredar mis pocas propiedades, creo que no merece la pena vivir con este calvario, que solo me da complicaciones sin poderlas curar nunca”. El Hombre aquel, sin pensarlo demasiado, se acercó a su cuarto de apeos de labranza. Y viendo una cuerda que era de las buenas, preparo su viaje al otro mundo, ahorcándose en el sotechado donde tantas veces había a sus mulas acémilas, preparado para ir a labrar sus fincas, y donde en los días de lluvia, arreglo yugos, arados y cuñas de arado romano, además de las tijeras de podar, y otras herramientas agrícolas. Aquel mismo día al terminar la consulta el médico, que había notado algo raro en aquel hombre, se acercó a la farmacia, para preguntar si había pasado por allí dicho paciente. El farmacéutico le contesto “que no, que estaba la farmacia abierta toda la mañana, pero dicha persona no había pisado allí”. El médico se acercó a la vivienda de aquel hombre soltero y solo, y llamando a su puerta nadie le contesto, una vecina le dijo, “pase usted por la trasera, quizá este allí tomando el sol, o haciendo alguna labor de la casa”. La vecina le acompaño al médico hasta el patio de la vivienda de aquel hombre solitario, y nada más abrir la puerta pequeña de dicha trasera, le vieron colgando sus pies a una cuarta del suelo, y la vecina exclamando al ver dicho episodio, el médico se acercó hasta el cadáver para confirmar su fallecimiento, Pronto la noticia corría como el viento, todos los vecinos del pueblo comprendían su decisión para ellos acertada, Solo el médico y practicante no estaban de acuerdo con esa solución tan trágica. Los pueblos tienen su propia vara de medir la vida de sus habitantes, que a veces deciden tomar sus propias medidas, para poder terminar con sus problemas terrenales. D. E. P. G X Cantalapiedra.